Si bien no todos somos lo mismo, no todos tenemos los mismos problemas (al contrario, los de todos son distintos) todos la estamos remando, a mayor o menor escala. Si no es la plata, es la soledad, o los problemas en la familia, el ser sofocado, los sueños frustrados, pueden ser miles de cosas. Vivir en los suburbios de Nueva York no te hace feliz, pero vivir en un apartamento en Palermo o en un asentamiento en Colón tampoco; no va en lo económico. Tampoco en dónde uno encaje en la sociedad o cuánta gente tenga al rededor, podés tener mil amigos y seguir sintiéndote solo. Creo que no depende de nada, y que al mismo tiempo depende un poquito de todo. Depende de cómo uno alimenta el alma, desde qué punto de vista ve las cosas.
Dicen que hay que tratar de ver el lado bueno de las cosas, el vaso medio lleno. A mí me parece que eso es taparse los ojos, ser conformista. Yo prefiero verlo todo y tratar, dentro de lo posible, de mejorar, aunque sea un poco, lo que no resulta tan bueno y mantener lo que sí resulta agradable.
Y es cierto, es más difícil que taparse los ojos, sonreír, y salir a la calle con la dentadura al aire cuando todo se te está cayendo encima y sabés que la sonrisa no es de verdad, no la sentís, porque quieras o no, los problemas van a estar ahí siempre, hagas lo que hagas, a menos que intentes solucionarlos. Lo que hay que hacer, es intentar que la sonrisa deje de ser plástica, para que se convierta en una de verdad. Y a mí, por ahora, me viene resultando.
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