¿Saben? Siempre me dicen que soy muy madura para la edad que tengo, y puede que sea cierto, pero eso no me hace distinta a la demás gente de mi edad, tengo los sentimientos de alguien de catorce años y a la vez los de un adulto, la culpa en mí se siente como un puñal en el alma y el llanto es salado, secreto y duro como el mar más implacable. Solo me carga de cosas que yo no quiero, eso es la madurez.
Pero por otro lado, fueron los golpes que me hicieron así. Desde muy niña establecí proriedades que mucha gente adulta aún no tiene claras, quizá porque la vida no los ha golpeado lo suficiente. Mas en cambio me golpeé, y me golpeé mucho, los últimos meses. Hice muchas cosas que no tendría que haber hecho, traicioné a algunas personas y, sobre todo, a mí misma, a mis creencias y convicciones, mi moralidad fue arrastrada y humillada por mi propia mano y herí a una persona muy importante en mi vida, quizá la más importante, que es mi madre. Me mandé el tipo de cagada que muchos se mandan a los diesciseís, diescisiete años, por quedar bien con los "amigos". Estaba perdida, muy perdida. Pero de todo eso aprendí, y lo dejé atrás, y me juré a mí misma no volver a traicionarme.
Ahora me doy cuenta de lo compleja que es la mente; conversaciones con distintas personas sin relación entre ellas, sin ningún tipo de intención, me llevaron a cometer grandes errores, a cerrar los ojos y dejarme en manos de alguien que quiero pero que sé que no tiene idea de lo que hace, mas ya me cansé de repetirselo. Algún día se dará cuenta solo, o quizá no. Pero bueno, yo no soy su madre; y la suya tampoco lo es del todo, por lo que sé. Después de tantas entradas divertidas pero banales, no sería yo si no hubiese subido una larga y sentimental. Gracias a los Beatles, que me están prestando su canción Blackbird para este momento. Amen y ámense mucho, de eso se trata la vida.

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